Buenos días queridos lectores, el jefe me encomendó seguir el cierre de los juegos desde la tv y hacer un resumen de las jornadas.
El jefe, mi villano favorito, se ligó flor de lluvia allá en el Maracaná junto al corresponsal ibérico y a la sensual morocha, por lo menos en esta ocasión tuve una a favor, aquí en casita no me mojé.
Cada vez que finaliza un juego olímpico luego de la fiesta de cierre, la primera sensación es de vacío son muchos días de transmisiones constantes de los juegos y de repente ya no hay más. Los juegos cubren mucha más pantalla que un mundial de fútbol, el otro evento global de las televisaciones.
En los días de juego completos neófitos aventuran afirmaciones acerca del desempeño de los deportistas. Las disciplinas, aún las más elitistas se popularizan y toman trascendencia.
El final de los juegos con un Maracaná a pura samba como debía ser (Estuvieron todos los cliches e íconos brasileños en los juegos, sólo faltó Pelé) marcó el fin de una predisposición inédita de nuestro público.
El acompañamiento masivo estuvo más allá de la victoria, como dijimos en su momento pareció ser, al menos por estos días el fin del exitismo.
El aliento y la presencia argentina no se veía desde los Juegos Panamericanos de Mar del Plata ‘ 95. La cercanía con Río hará que una postal como esa del deportista seguido por una multitud con banderas celestes y blancas no vuelva a repetirse.
Quizás tampoco la cosecha de medallas se acerque a la de los Juegos en Sudamérica, esta semi localía sin duda acrecentó los logros.
Por eso este fin de juego es más que eso, es el fin de los tiempos. Ya no habrá en muchos años una posibilidad de cercanía tal.
Deberemos acostumbrarnos paulatinamente a asociar la imagen de Río con la nostalgia.
Con este dejo de melancolía, este sacrificado escriba se despide de ustedes atentos lectores, hasta el momento de llevarles las andanzas de nuestros habituales deportes de cada fin de semana. Más humildes, pero más cercanos.