(por GeEse)
No será una película del talentoso Ricardo Darín, ni dirigida por el mutipremiado Campanella, pero luego de la extraordinaria producción de Gonzalo Peillat desde su irrupción en la elite del hockey mundial, todo amante de este deporte se pregunta como puede ser tan poderoso su remate y los mas arriesgados creen saber cual es el secreto de sus cortos.
El Acha (así sin “H” como él mismo se encarga de aclararlo), es un NyC, jugador nacido y criado en Mitre, hijo de mamá Laura y papá Emilio, ambos ex jugadores de los planteles mayores del club del ferrocarril, que desde siempre pasó su infancia y adolescencia en el club de Savio y Las Heras, que tantos extraordinarios jugadores le dió a nuestro deporte desde sus comienzos, allá por el año 1924 hasta nuestros días.
Algunos opinan convencidos que cuando despuntaba su talento entre el hockey y el handball, donde tambien se destacaba como circulador, aprendió a resolver en fracción de segundos adonde pasar la pelota y hacer jugar a su equipo antes los “lungos” rivales. Entonces ahora, tiene incorporado un plus que le brindó el balonmano y lo explota inmejorablemente cuando se enfrenta a los Jacobi, Pinner, Stockman o a cualquier otro guardameta de clase mundial que se le cruce en el camino, que por otra parte prácticamente a doblegado a todos ellos, con su arrastrada ejecutada con potencia, velocidad, precisión y sobretodo a cualquier parte del arco.
Otros le adjudican a su compromiso y concentración el motivo de la increíble la evolución de su gesto técnico. En el club de Villa Maipú todos recuerdan que cuando sonaba el timbre de las seis de la tarde y todos los menores que no estaban acompañados por sus padres debían dejar la pileta de natación, no hubo tarde de verano que Gonzalo no se fuera solo a tirar y tirar mientras esperaba que se hiciera de noche y los papás lo pasaran a buscar a la vuelta de sus trabajos. Cuentan los memoriosos que ni siquiera dejó de entrenar cuando el oído lo tuvo a maltraer y hasta que no sorteó una operación inédita y riesgosa para esa época, que lo ayudó a superar el problema del tímpano, no se tenía la certeza si iba a poder seguir practicando deportes. Doble mérito entonces, si además tenemos en cuenta que el sentido del equilibrio depende del oído y el Acha lo tenía entre algodones.
Las malas lenguas insisten en que Gonzalo tuvo suerte porque su padre es herrero. A juzgar por los resultados, si esto es así es muy bueno en su metier. Porque al ver que su hijo se interesaba por desarrollar la arrastrada y mejorar cada día, tomó una mecha, agujereó varias bochas, las llenó de arena y luego las tapó con el mismo conito de pvc que les había quitado, soldándolas para que tuvieran mas peso. A medida que Gonza progresaba, le agregó planchuelas de acero al palo de hockey para mejorar aun mas el arrastre. El peso?. Secreto de estado. Solo pudimos averiguar que las planchuelas no fueron nunca mas de dos, de una pulgada por un octavo.
Y si de fisiología se trata, el profesor Mariano Moreno que lo entrenó en Mitre no tiene dudas que la diferencia de Peillat con el resto de los mortales es el tronco, por sobre sus brazos y piernas, lo que le permite marcar la diferencia contra todos los demás arrastradores porque al ser tan potente no sufre lesiones al tener que compensar con un paso mas o menos, una postura diferente o lo que sea. Esto tiene que ver con la herencia, pero mucho mas con una correcta alimentación desde muy pequeño.
Y ahora entramos a la hipótesis que tiene mas adeptos: Los piroguis de la abuela Irene. Cuenta la leyenda que cuando las ordas de Gengis Khan arrasaban las llanuras europeas, después de cada batalla triunfal, festejaban comiendo jiaozi, un tipo de pasta parecida a los ravioles en forma de empanada que se hierve o se fríe de acuerdo al país que los prepara, aunque varias naciones de Europa oriental (Rusia, Ucrania, Lituania, Eslovaquia) lo consideran propio, es una comida típica polaca y así llegó a nuestras tierras traídos por los inmigrantes llegados de Polonia. Rellenos de queso y puré de papas entre otras cosas, fue la cocina húngara la que impuso los piroguis en el mundo entero porque de todas las acepciones y formas de escritura que tiene la palabra pirog, su significado mas aceptado es “festividad”. Así que todo concuerda: Los goles de córner corto de Acha son una fiesta. Los pocos que lo vieron al regreso de su primera experiencia en la Liga profesional India en donde no la pasó nada bien en lo que alimentación se refiere, volviendo con algunos kilos de menos, dicen que repuso fuerzas como el popular personaje de historietas Popeye el marino que comía espinacas y revivía, el Acha lo hace con los piroguis de la abuela, aunque las amorosas manos de la nona Irene nunca dejan de prepararle toneladas de milanesas y parvas de empanadas, como para que vaya “picando” algo mientras se terminan de hervir. Todo ante la azorada mirada de su hermana Paula y el aguante de su novia Florencia, una tal Habif, leona ella, por si les suena conocido el apellido.
Mientras se perfila como goleador del campeonato mundial de La Haya, Gonzalo sabe que sus otros tres abuelos, lo cuidan desde el cielo y recuerda la vieja historia familiar con la que creció. Esa que le contaba su papá, de su abuelo Emilio. Que fue un tremendo pelotaris que estallaba las pelotas en los trinquetes del Central Argentino y el Club Almafuerte. Y no es figurado, realmente las rompía contra el frontón de las canchas de pelota a paleta. No había tambor que lo soportara. Hoy por hoy, Gonzalo “Acha” Peillat arrastra la pelota a la increíble velocidad superior a los 120 km por hora. A las innumerables horas de entrenamiento, esfuerzo, concentración y disciplina. A la contención y apoyo familiar, a la alimentación, al respeto por adversarios, entrenadores y compañeros, se le suma una condición única que acompaña a los elegidos: Genética que le dicen.